domingo, 11 de diciembre de 2011

La cooperación internacional, un deber ético

Últimamente oímos, cada vez más a menudo, que es lógico dejar de hacer cooperación internacional al desarrollo en la situación actual, para ocuparnos de las necesidades que tenemos en nuestro país, donde la crisis hace estragos y deja a muchísimas personas sin cobertura social.

Quiero salir al paso de esta afirmación, porque para mí contiene una contradicción importante que la convierte en una verdad a medias o, todavía más, en una hipocresía.

Quedan lejos los años 80 en los que el 0,7% para el Tercer Mundo se convirtió en una causa cada vez más compartida socialmente pero que nunca llegó a materializarse del todo, por falta de voluntad política. Sin ir más lejos España -que no ha sido precisamente de los peores donantes- no ha sobrepasado nunca el 0,52 del PIB en Ayuda al Desarrollo.

La crisis económica no puede ser una excusa para reducir la ayuda, porque el desarrollo europeo se ha basado en unas reglas de comercio internacional y de intercambio que nos han favorecido hasta ahora. Porque durante siglos hemos pagado las materias primas de los países del Sur a los precios marcados por Europa y hemos cobrado los productos manufacturados también a los precios señalados por nosotros. Porque hemos utilizado mano de obra barata, formada en el Sur y a beneficio nuestro sin pagar nada a cambio. Porque nuesto sistema financiero se ha beneficiado de su industria barata y de sus ahorros y ... todo eso sin que los países más empobrecidos hayan salido del pozo de la miseria.

No, ciertamente ahora no podemos mirar para otro lado y decir que toca arreglar nuestros problemas y no los de los demás. El mundo se ha hecho global y los problemas son ya colectivos, y el primero de todos es la injusticia que genera una pobreza y una desigualad crecientes ... en un mundo cada vez más rico a pesar de las crisis.

Ahora, más que nunca, es necesario que la solidaridad no quede recluída en casa. Hemos aprendido a decir que tenemos una sola casa que es el mundo, y hay que ser consecuentes. Me parece que el cambio de prioridades -necesario en estos momentos- no comienza por dejar fuera la solidaridad internacional. El cambio de prioridades ha de venir por otro lado. ¿Menos ejército, quizás? ¿Menos carreteras nuevas durante un tiempo? ¿Y si dejamos de inaugurar kilómetros de AVE en los próximos dos años? ¿O si recortamos los sueldos más altos de las empresas públicas y privadas? ¿O si reducimos el número de funcionarios de los Ministerios que tienen sus competencias traspasadas, y nos preparamos para un futuro con menos burocracia y más servicios?.

Nuestra salud ética colectiva nos lo agradecerá. Cuando se trata de recortes también hay una línea roja de carácter ético.