sábado, 13 de septiembre de 2014

España, un Estado ajado (1)

En estos últimos dos años estamos asistiendo con creciente preocupación a algunas de las consecuencias más notorias de las decisiones que se tomaron al final del franquismo. La ausencia de ruptura con la dictadura supuso que la cuerda de los poderes fácticos no se tensara en demasía, a cambio de iniciar un período de "democracia con muletas", alternancia en el gobierno de la cosa pública, mantenimiento de las mismas élites económicas y sociales y aceptación de las hipotecas necesarias para ser reconocidos en la escena internacional (especialmente la Unión Europea y el vergonzoso ingreso en la OTAN).

La primera consecuencia de todo ello es que no ha habido un proceso auténtico de reconciliación entre las dos Españas, una fase de 'conocimiento de la verdad / las verdades', previo al arrepentimiento y perdón reales, y por eso no se ha construído un verdadero proyecto de nuevo Estado en todo este tiempo. Se trata de un hecho verdaderamente grave, porque ha dejado desprotegida a una parte de la sociedad, a quien se ha escamoteado la memoria histórica, quedando además impunes (no conocidos, no reconocidos y no perdonados) los crímenes de un régimen vencedor de un golpe de estado. Hoy, las nuevas generaciones no pueden comprenderlo y constituye el principal factor de deslegitimación de la transición.

La segunda consecuencia ha sido que la sacralización de las leyes promulgadas en el período 1976-1982 configuran un Estado rígido, ajado, anticuado y con poco aire. Se hizo como moneda de cambio para dar cobertura a un 'nuevo régimen' no tan nuevo: a partir de la aceptación de toda la legislación anterior, cambiando solamente aquello imprescindible -lo primero, la Constitución- para homologar el país a una democracioa europea y adaptando el resto del corpus legislativo. Hoy, como puede comprobarse en el proceso soberanista catalán o en las demandas del movimiento 15-M, ése caracter quasi sagrado ya no se sostiene porque sectores importantes de la sociedad demandan legalidad con legitimidad democrática.

La tercera consecuencia de "lo único que pudo hacerse en la transición" (como repiten numerosos protagonistas de aquellos años) ha sido que los trescientos apellidos ilustres del franquismo, añadiendo doscientos más de una clase política acomodaticia, son hoy los que dominan las esferas económica, política y social del Estado, apellidos que han demostrado muy poco apego por la democracia real, participativa y muy poco apoyo a las organizaciones civiles.

"De aquellos polvos estos lodos": Las mismas élites, con leyes sagradas y aparentemente inmutables, sin haber hecho examen de la realidad en ningún momento, son sin duda una mezcla explosiva y un caldo de cultivo propicio para la corrupción, el clientelismo, el populismo y la homogeneización.

En una próxima entrada expondré tres ejemplos, muy recientes, de este desaguisado que requiere una regeneración profunda y general.

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